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Archivos de Castilla y León
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Miguel Delibes, el escritor fiel a la lengua viva y a los eternos problemas del ser humano, periodista comprometido con su tiempo, cazador y pescador respetuoso con el medio ambiente, defensor del mundo rural, viajero atento y curioso, deportista y amante del aire libre, firme partidario de la dignidad humana, la justicia social y la solidaridad, se convierte en protagonista central del Proyecto Cultural Casa Delibes que aquí arranca. Su propósito no es otro que el de intentar mostrar a sus visitantes todas esas facetas de la obra, la figura y el legado de este vallisoletano universal.
Su trayectoria como escritor, iniciada en 1947 con el Premio Nadal, la compaginó Delibes con la docencia y el periodismo. Titulado en Comercio, obtuvo la Cátedra de Derecho Mercantil de la Escuela de Comercio de Valladolid en 1945, que ejerció hasta su jubilación. Antes, en 1941, había comenzado a colaborar como caricaturista en El Norte de Castilla, en el que desarrollará una larga trayectoria que le lleva hasta la subdirección (1952) y posterior dirección del periódico (1958).
Estos trabajos no le impedirán tener un ocio entregado a la práctica de numerosos deportes, especialmente de aire libre: natación, fútbol, tenis, ciclismo o, por supuesto, la caza y la pesca, ni explorar la experiencia del viajero en países como Chile, Estados Unidos, Checoslovaquia, Italia, Francia, Holanda, Bélgica o Suecia. Menos aún, serán un obstáculo para una rica vida familiar, la del Delibes hombre de familia, esposo de Ángeles de Castro, padre de cuatro hijos y tres hijas, y abuelo, que está también presente entre estas paredes, en los muebles y objetos que le rodearon, la materia modesta de los días: su pluma, su visera, sus gafas o su librillo de papel para liar tabaco.
Y, esas mismas paredes recuerdan las muchas criaturas alumbradas por su mano en estas estancias, en las que es inevitable que el nombre de Delibes evoque en cada lector, en cada visitante, nombres diferentes, rostros distintos. Para algunos será siempre el autor de Azarías y Paco el Bajo, Los santos inocentes; para otros, del señor Cayo o Lorenzo; algunos pensarán en Daniel el Mochuelo alejándose definitivamente de su infancia por el camino que lleva a la ciudad, o en la ingenua Desi de La hoja roja; y no faltará quien evoque a Carmen Sotillo y la sombra de Mario, al hereje Cipriano Salcedo y Minervina o la fuerza expresiva de personajes como el Nini o Pacífico. En todos ellos, el propio escritor supo definir de manera sencilla la fórmula de su creación: «Un hombre, un paisaje, una pasión».
Es el tiempo, juez implacable, quien determina qué nombres pasan al olvido y cuáles quedan —Delibes fue bien consciente de ello—. Hoy, desde la distancia de los años, podemos valorar la talla enorme de su valía literaria y humana, y comprender que su legado estaba llamado a perdurar.